A propósito del Día Mundial de la Salud Mental, aún nos falta mucho por trabajar.
El próximo 10 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, que como su nombre lo indica, se crea con el objetivo de sensibilizar sobre los problemas relacionados con la salud mental y movilizar esfuerzos para ayudar a mejorarla. Si bien es cierto el simple hecho de tener un día definido para hablar abiertamente de estos temas es muy positivo, la verdad es que aún falta mucho por trabajar al respecto.
La primera complejidad para abordar el tema radica precisamente en la amplitud del espectro que incluye patologías severas como la depresión, el trastorno afectivo bipolar, la esquizofrenia y otras psicosis, la demencia, las discapacidades intelectuales o los trastornos del desarrollo, como el autismo; pero también otras menos evidentes y más silenciosas como el síndrome de agotamiento laboral, o burnout. Desarrollar políticas definidas y accionables resulta casi imposible cuando se habla de temas tan diferentes, complejos y diversos.
Una segunda complejidad radica en el estigma social que supone levantar la mano para pedir ayuda, en especial cuando se trata de enfermedades mentales. En el feroz y competitivo mundo corporativo, mostrarse vulnerable es símbolo de debilidad; y por supuesto nadie quiere líderes débiles. Y es por esto, que en patologías como el burnout, las personas deben vivir en una soledad cruel y despiadada, síntomas muy evidentes que le generan agotamiento físico, mental y emocional, que lo llevan a desconectarse de su entorno y finalmente a una baja realización personal y profesional, minando su seguridad, su confianza, y comprometiendo seriamente su futuro profesional y la productividad de la compañía.
Para terminar, la complejidad que supone la falta de información y data para tomar decisiones oportunas. Si bien es cierto el burnout ha existido prácticamente desde que el mundo ingresó a la revolución industrial, solo hasta el 2019, la Organización Mundial de la Salud decidió incluirla entre el grupo de enfermedades laborales, lo cual entrará en vigor en Enero de 2022. Esto implica que a la fecha, las empresas y el sistema de salud, carecen de herramientas para medir su real dimensión e impacto en el mundo laboral, y, por lo tanto, carecen de programas claros para su tratamiento y en especial para su prevención.
En Colombia se han dado algunos pasos. Gracias a la Encuesta Nacional de Condiciones de Salud y Trabajo en el Sistema General de Riesgos Laborales (2019) hemos comenzado a medir el nivel de estrés al que están expuestos los trabajadores. Las cifras son preocupantes: más del 30% de los trabajadores en Colombia están manifestando un alto nivel de estrés; es decir, tenemos cerca de 8 millones de personas, en riesgo de adquirir burnout, situación que, con seguridad, se ha exacerbado con la pandemia. Así mismo, se han implementado herramientas para medir los niveles de riesgo, a través de la aplicación de la Batería de Riesgo Psicosocial. El Gobierno, por su parte, ha dado pinos para poder contener esta otra pandemia, la pandemia de la salud mental, implementando acciones como la activación de la Línea 192, donde la ciudadanía puede solicitar apoyo y orientación.
Estamos avanzando en obtener la data; ahora el reto será desarrollar las capacidades interdisciplinarias e interinstitucionales, para desarrollar programas de prevención que realmente permitan desmontar los detonadores del estrés a nivel laboral.
Sabemos que las compañías no bajarán sus expectativas de resultados y por lo tanto los niveles de presión; pero es imperativo buscar espacios donde se pueda hablar abiertamente del tema, romper falsas creencias e identificar los detonadores, para que, como sociedad, podamos construir un entorno laboral más amable en el que sea posible desarrollarse profesionalmente, de una forma equilibrada, positiva y sana. Una segunda complejidad radica en el estigma social que supone levantar la mano para pedir ayuda, en especial cuando se trata de enfermedades mentales. En el feroz y competitivo mundo corporativo, mostrarse vulnerable es símbolo de debilidad; y por supuesto nadie quiere líderes débiles. Y es por esto, que en patologías como el burnout, las personas deben vivir en una soledad cruel y despiadada, síntomas muy evidentes que le generan agotamiento físico, mental y emocional, que lo llevan a desconectarse de su entorno y finalmente a una baja realización personal y profesional, minando su seguridad, su confianza, y comprometiendo seriamente su futuro profesional y la productividad de la compañía.
Una segunda complejidad radica en el estigma social que supone levantar la mano para pedir ayuda, en especial cuando se trata de enfermedades mentales. En el feroz y competitivo mundo corporativo, mostrarse vulnerable es símbolo de debilidad; y por supuesto nadie quiere líderes débiles. Y es por esto, que en patologías como el burnout, las personas deben vivir en una soledad cruel y despiadada, síntomas muy evidentes que le generan agotamiento físico, mental y emocional, que lo llevan a desconectarse de su entorno y finalmente a una baja realización personal y profesional, minando su seguridad, su confianza, y comprometiendo seriamente su futuro profesional y la productividad de la compañía.